viernes, 7 de marzo de 2014

Jura de Santa Gadea




La Jura de Santa Gadea es una leyenda medieval transmitida por el romance con el mismo nombre («Romance de la Jura de Santa Gadea»), en la que se narra el juramento que supuestamente hubo de prestar el rey Alfonso VI el Bravo en la iglesia de Santa Gadea de Burgos, a finales del año 1072, a fin de demostrar que no había tomado parte en el asesinato de su propio hermano, el rey Sancho II el Fuerte, quien muere, en extrañas circunstancias, durante el Cerco de Zamora.

Este hecho no se produjo históricamente, pero si hubiera sucedido, podría haber explicado la aparente animadversión que Alfonso sentía hacia Rodrigo Díaz de Vivar y que le llevó a su injusto destierro.  

Pero vayamos por partes. Para entender cómo a un simple infanzón se le ocurre pedir cuentas al rey (¡nada menos que al rey!), tendríamos que saber un cómo se las gastaron los hijos de Fernando I en lo que al ascenso al tronose refiere.

Alfonso, como ya hemos dicho, era hijo de Fernando I de León. Pero no era su único vástago, puesto que tuvo dos hermanos (Sancho y García) y dos hermanas (Elvira y Urraca). 

Como segundo hijo varón del rey, a nuestro querido Alfonso no le habría correspondido heredar. Sin embargo, en 1063, Fernando I convocó una Curia Regia para dar a conocer sus disposiciones testamentarias: decidió repartir su patrimonio entre sus hijos, en en lugar de dejar que el primogénito heredase todo:

- A Alfonso le correspondió la principal corona, el Reino de León, y los derechos sobre el reino taifa [1] de Toledo.
- A su hermano, el primogénito Sancho, le correspondió el Reino de Castilla, creado por su padre para él, y las parias [2] sobre el reino taifa de Zaragoza. 
- A su hermano menor, García, le correspondió el Reino de Galicia y los derechos sobre el reino taifa de Sevilla y el reino taifa de Badajoz. 
- A su hermana Urraca le correspondió la ciudad de Zamora. 
- Y a su hermana Elvira, la ciudad de Toro.

Tras su coronación en la ciudad de León en enero de 1066, Alfonso tuvo que enfrentarse con los deseos expansionistas de su hermano Sancho quien, como primogénito, se consideraba el único heredero legítimo de todos los reinos de su padre. Los conflictos se inician cuando en 1067 fallece la reina Sancha, suceso que abrirá un periodo de siete años de guerra entre los tres hermanos y cuyo primer acto tendrá lugar el 19 de julio de 1068 cuando Alfonso y Sancho se enfrentan en Llantada (en la frontera entre el reino de León y el reino de Castilla, cerca del actual pueblo de Lantadilla, Palencia), en un juicio de Dios u ordalía [3] en el que ambos hermanos pactan que el que resultase victorioso obtendría el reino del derrotado. Aunque Sancho vence, Alfonso no cumple con lo acordado, pero eso no es óbice para Alfonso acudiera a la boda de Sancho con una noble inglesa y se uniera con su hermano mayor para repartirse el reino de Galicia, que le había correspondido a García. Tras eliminar a su hermano, Alfonso y Sancho se titulan reyes de Galicia y firman una tregua que se mantendrá durante tres años.

La tregua se rompe y las Sancho sale victorioso: Alfonso es apresado y encarcelado. Sin embargo, logra escapar y refugiarse en la taifa de Toledo. Desde allí, logra el apoyo tanto de su hermana Urraca como de la nobleza leonesa que se hacen fuertes en la ciudad de Zamora (que se hallaba en manos de su hermana, la infanta Urraca) obligando a Sancho, en 1072, a sitiar la ciudad para someterla.

En el transcurso del asedio, el rey Sancho muere, y como no había dejado descendencia, Alfonso pudo recuperar su trono y reclamar para sí Castilla y Galicia [4]... 

No es de extrañar que la nobleza castellana tuviera cierto relelo con respecto a Alfonso. Y sin embrago, el único que se atreve a plantarle cara al rey es el Cid, que no es precisamente de la alta nobleza...

El romance dice así:

En Santa Gadea de Burgos
do juran los hijosdalgo,
allí toma juramento
el Cid al rey castellano,
sobre un cerrojo de hierro
y una ballesta de palo.
Las juras eran tan recias
que al buen rey ponen espanto.
—Villanos te maten, rey,
villanos, que no hidalgos;
abarcas traigan calzadas,
que no zapatos con lazo;
traigan capas aguaderas,
no capuces ni tabardos;
con camisones de estopa,
no de holanda ni labrados;
cabalguen en sendas burras,
que no en mulas ni en caballos,
las riendas traigan de cuerda,
no de cueros fogueados;
mátente por las aradas,
no en camino ni en poblado;
con cuchillos cachicuernos,
no con puñales dorados;
sáquente el corazón vivo,
por el derecho costado,
si no dices la verdad
de lo que te es preguntado:
si tú fuiste o consentiste
en la muerte de tu hermano.
Las juras eran tan fuertes
que el rey no las ha otorgado.
Allí habló un caballero
de los suyos más privado:
—Haced la jura, buen rey,
no tengáis de eso cuidado,
que nunca fue rey traidor,
ni Papa descomulgado.
Jura entonces el buen rey
que en tal nunca se ha hallado.
Después habla contra el Cid
malamente y enojado:
—Mucho me aprietas, Rodrigo,
Cid, muy mal me has conjurado,
mas si hoy me tomas la jura,
después besarás mi mano.
—Aqueso será, buen rey,
como fuer galardonado,
porque allá en cualquier tierra
dan sueldo a los hijosdalgo.
—¡Vete de mis tierras, Cid,
mal caballero probado,
y no me entres más en ellas,
desde este día en un año!
—Que me place —dijo el Cid—.
que me place de buen grado,
por ser la primera cosa
que mandas en tu reinado.
Tú me destierras por uno
yo me destierro por cuatro.
Ya se partía el buen Cid
sin al rey besar la mano;
ya se parte de sus tierras,
de Vivar y sus palacios:
las puertas deja cerradas,
los alamudes echados,
las cadenas deja llenas
de podencos y de galgos;
sólo lleva sus halcones,
los pollos y los mudados.
Con el iban los trescientos
caballeros hijosdalgo;
los unos iban a mula
y los otros a caballo;
todos llevan lanza en puño,
con el hierro acicalado,
y llevan sendas adargas
con borlas de colorado.
Por una ribera arriba
al Cid van acompañando;
acompañándolo iban
mientras él iba cazando.

Aquí tenéis una versión cantada, más breve, eso sí:




[1] Las taifas (en árabe dicha palabra palabra que significa "bando" o "facción") fueron hasta treinta y nueve pequeños reinos en que se dividió el califato de Córdoba después del derrocamiento del califa Hisham III (de la dinastía omeya) y la abolición del califato en 1031. 
[2] Impuesto que pagaban los reinos de taifas (1031–1492) a los reyes cristianos para que no les atacasen y para que fuesen protegidos de los propios enfrentamientos que se producían entre los reinos taifas o de los ataques de otros reinos cristianos. 
[3] El significado etimológico proviene de la palabra inglesa “ordeal” que significa juicio o dura prueba que debe atravesar aquella persona (el acusado) para poder demostrar su inocencia.
El Juicio de Dios entre Alfonso VI y Sancho II, consistió en un combate singular entre caballeros armados o campeones (normalmente a muerte) en un terreno neutral. Cuenta la leyenda que El Cid (como representante de Castilla) venció al navarro Jimeno Garcés, Conde de Lizarra, y que debido a ello, desde el Rodrigo obtiene el título de Campeador ("Campi docti" o  maestro en el campo de batalla).
Pero la ordalía también se practicaba con el resto de estamentos, y era más cruel.
Normalmente, la ordalía o prueba judicial se realizaba en la iglesia, y había de muy diversos tipos como, por ejemplo, la pena caldaria o prueba del agua hirviendo que consistía en debían meter la mano en el agua hirviendo hasta la muñeca (si la acusación era simple) o  hasta el codo (si era compleja); entonces, y se envolvía la mano, el juez colocaba un sello y al tercer día se examinaba el resultado de la prueba: si había quemadura, el acusado era culpable, y si no las había, era inocente.
Otro tipo de prueba era la del hierro ardiendo o candente, para la cual se enrojecían al fuego nueve o doce rejas de arado, que el acusado debía sujetar; en otros casos, debía meter la mano y mantenerla dentro de un guantelete de hierro al rojo o recorrer descalzo una superficie de 3 a 4 metros cubierta de brasas incandescentes. Si salía indemne, se sobreentendía que Dios lo había considerado inocente. 
[4] La muerte de Sancho también fue aprovechada por García para recuperar su propio trono, pero le duró bien poco. Al año siguiente, en 1073, fue llamado por Alfonso a una reunión, donde fue apresado y encarcelado de por vida en el castillo de Luna. Allí fallecería finalmente en 1090. Así pues, Alfonso se convirtió finalmente el rey de León, Castilla y Galicia.

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